El dilema del patrimonio arquitectónico: ¿defensa cultural o condena económica?

1-2-10-2025

UN COMENTARIO:

DE LA PLUMA DEL ARQUITECTO Y AGRIMENSOR, FEDERICO FRANCO BALCACER

El dilema del patrimonio arquitectónico: ¿defensa cultural o condena económica?

Lo primero que debemos comprender es por qué en nuestras ciudades los patrimonios arquitectónicos terminan abandonados, incendiados o sustituidos por torres modernas. La razón no es sentimental, es económica. Cuando a una familia se le declara su inmueble como patrimonio, en lugar de enaltecerla, muchas veces se le condena: heredan una edificación costosa de mantener y con limitaciones legales que les impide sacarle provecho en el mercado inmobiliario. Y ocurre, además, en las zonas más caras del casco urbano, donde el valor del terreno por metro cuadrado supera con creces al resto de la ciudad.

Así nace el dilema: si conservo el inmueble obtengo pérdidas, pero si lo sustituyo por una torre, genero beneficios. El propietario queda atrapado entre el deber cultural y la lógica económica.
Nietzsche decía: “Si matas a una cucaracha, eres un héroe. Si matas a una mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos”. Ese pensamiento ilustra nuestro problema: se juzga al dueño de un patrimonio bajo un criterio estético, como si fuera un “enemigo de la cultura”, mientras la sociedad se siente virtuosa por condenarlo. Al final, se responsabiliza al individuo de lo que debería ser un compromiso colectivo.

Pero los verdaderos culpables no son los propietarios, son la sociedad y el Estado. La sociedad, por no exigir políticas públicas claras, y el Estado, por limitarse a declaraciones simbólicas sin soluciones reales. Queremos presumir de “ciudad cultural” con moños bonitos, pero no estamos dispuestos a asumir los jalones de la inversión, los incentivos y la planificación.
Si de verdad queremos proteger nuestro patrimonio, debemos cambiar el enfoque:

  • Incentivos económicos reales, como exenciones fiscales, créditos blandos y fondos de restauración, que hagan de la preservación un negocio viable.
  • Leyes más flexibles y operativas, que permitan usos mixtos (comerciales, turísticos o culturales) sin convertir los inmuebles en piezas de museo inservibles.
  • Corresponsabilidad social, entendiendo que conservar el patrimonio no puede ser una carga exclusiva del dueño, sino un valor compartido que exige compromiso estatal y ciudadano.
    De lo contrario, seguiremos atrapados en la estética de la mariposa y la cucaracha: juzgando moralmente a los dueños, mientras como sociedad evadimos nuestra responsabilidad de defender lo que decimos valorar.

Arq. Federico Franco

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