22-12-2025
Fuente: Al Momento.net
Por: Domingo Peña Nina
La Nochebuena es, en verdad, una fiesta confusa. Con ella se conmemora el nacimiento de Jesús, acontecimiento cuya fecha permanece envuelta en misterio, y cuya hora exacta jamás se ha sabido. Entonces, ¿por qué celebrar la Nochebuena y no el Díabueno?
Prefiero imaginar que Jesús nació bajo la claridad del día y no en la penumbra de la noche. Tal vez a media tarde, para que la hora armonizara con la de su muerte, ocurrida treinta y tres años después. O quizá al amanecer, cuando el sol habría desplegado sus rayos a sus pies, como si el cielo mismo se inclinara en gesto de adoración y bienvenida.
La señal de los luceros en el firmamento fue guía para los Reyes Magos hacia el lugar donde ya reposaba el recién nacido, no hacia un niño aún por venir. Y, sin embargo, la fecha escogida me resulta desafortunada: en ella se celebraban antiguas fiestas dedicadas al dios sol. ¿Cómo mezclar, entonces, el nacimiento del Hijo de Dios con una festividad pagana? ¿No es acaso un intento de agradar al mismo tiempo a Dios y al Diablo, como hoy se diría con mayor claridad?
Dios es Dios, simplemente. Su nacimiento merece ser festejado en el día en que realmente ocurrió, o al menos en una fecha aproximada, establecida con sensatez. ¿Qué dificultad habría en que los gobiernos del mundo designaran un equipo imparcial y multidisciplinario que estudiara los escritos del Antiguo Testamento y de los primeros cristianos, en busca de mayor precisión?

Otro grupo, docto en geografías, climas y en la danza secreta de los astros, podría señalar el instante más armonioso. Además, también reposan testimonios antiguos: el censo romano, que obligó a cada ciudadano a volver a la tierra de sus raíces, indica con nitidez el mes en que José y María emprendieron camino hacia Belén para inscribir sus nombres. De allí se desprende la cercanía del día en que el Niño Jesús abrió sus ojos en la humildad del pesebre. ¿No sería más sabio, entonces, abrazar con sencillez la voz de la historia?
Somos nosotros, los humanos, frágiles mortales, quienes debemos ajustar nuestros quehaceres para celebrar el nacimiento. No al revés: no acomodar la fecha a intereses y conveniencias comerciales. Es reprochable que las religiones cristianas se hayan plegado, con comodidad, a una fecha arbitraria e irracional, como si bastara cualquier día para conmemorar lo más sagrado.
Yo, que nací en septiembre, no admitiría que alguien decidiera festejar mi cumpleaños en febrero porque le resulta más conveniente. Jesús mismo dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Y siendo que su nacimiento tiene una trascendencia vital para la humanidad, ¿no vale la pena establecer con rigor cuándo ocurrió, para celebrarlo cuando debe ser?
Iniciemos, pues, una jornada que nos conduzca a esa verdad. Te invito a unirte a este reclamo, que no exige, pero sí clama con justicia.
