19-11-2025
Fuente: Al Momento.net
POR E. MARGARITA EVE

En un tiempo donde la fe convive con la información, las interpretaciones y la duda, cada aclaración doctrinal se convierte en una oportunidad para mirar de nuevo aquello que creíamos inamovible. La figura de María, tan central como a veces mal interpretada, es un ejemplo de cómo la verdad histórica y la experiencia espiritual pueden dialogar sin miedo.
La mirada renovada sobre María tomó fuerza cuando el Papa León XIV reiteró que la Virgen no es corredentora y que Cristo es el único Redentor. Esta precisión no la reduce; al contrario, la enmarca en su verdadera dimensión. La fe se fortalece cuando se sostiene en fundamentos claros, no en añadidos que, aunque nacidos del afecto, pueden nublar la comprensión.
La lectura directa de los evangelios revela a una María profundamente humana: mujer que escucha, que acompaña y que permanece. Su grandeza surge de su capacidad de responder con entrega, no de un protagonismo paralelo al de Cristo. Cuando la contemplamos desde esa autenticidad, su figura adquiere una luminosidad distinta, más cercana y más real.
El tema de los “hermanos de Jesús” (Marcos 6,3; Mateo 13,55) muestra por qué es necesario estudiar la Escritura con rigor. El término adelphoi comprendía a parientes cercanos, lo que abre un abanico de interpretaciones válidas. Lejos de ser una amenaza, esta complejidad invita a profundizar. La fe madura no teme los matices; los integra con serenidad.

A lo largo de los siglos, la mariología ha mezclado reflexión, tradición y fervor popular. No todo lo que se repite es doctrina. El título de corredentora nació del cariño devocional, no del magisterio oficial. Aclararlo no disminuye la devoción mariana; la orienta hacia su núcleo verdadero: María como madre, creyente y discípula.
El caso de María Magdalena demuestra cómo los errores pueden persistir por siglos. Identificada injustamente como prostituta, su imagen quedó distorsionada pese a que la Biblia la presenta como la primera testigo de la resurrección. Restaurar su verdadero papel no solo honra su figura, sino que también devuelve coherencia histórica al relato cristiano.
Incluso textos como el Apocalipsis han sido objeto de temores y prohibiciones. Su lenguaje simbólico desconcertó a generaciones enteras. Sin embargo, la Escritura no está para evitarse, sino para estudiarse. Comprender lo complejo amplía la fe; temerlo la reduce. La madurez espiritual implica enfrentar los textos difíciles con responsabilidad y apertura.
Así como se han revisado interpretaciones bíblicas, también es valioso reflexionar sobre la relación que algunos creyentes mantienen con las imágenes religiosas. Distinguir entre veneración y adoración protege la esencia del mensaje cristiano: Dios al centro, Cristo como único mediador. Revisar no debilita la fe; la depura.
La diversidad cristiana —con protestantes, evangélicos y múltiples corrientes derivadas de la Reforma— añade riqueza, pero también confusión. Cuando las diferencias se vuelven trincheras, la unidad espiritual se fractura. El mensaje cristiano pierde fuerza cuando se enfoca más en lo que divide que en lo que une: el amor, la justicia y la búsqueda sincera de Dios.
Mi camino espiritual comenzó explorando diversas religiones del mundo. De cada una aprendí perspectivas que ampliaron mi mirada: la serenidad oriental, la profundidad ética abrahámica, y las prácticas que buscan lo trascendente desde otros lenguajes. Ese recorrido reveló que el deseo de lo divino es universal y que la espiritualidad no pertenece a un solo molde.
Después de esa travesía religiosa, llegué a la filosofía. Allí encontré orden para mis preguntas y disciplina para mis búsquedas. Pensar no me alejó de Dios; me acercó con una claridad que no conocía. La razón, lejos de contradecir la fe, la vuelve más consciente. Creer sin pensar puede sostener, pero pensar mientras se cree transforma.
Ese recorrido —primero religioso, luego filosófico— me enseñó que la duda no es una amenaza, sino una herramienta cuando se usa con honestidad. Quien pregunta se abre a la verdad; quien investiga descubre profundidad donde antes había temor. Dios no se oculta del que busca con sinceridad: se revela en el proceso mismo de la búsqueda.
Conclusión: La revisión histórica de figuras como María y María Magdalena, el estudio serio de la Escritura y una devoción centrada en Dios nos conducen a una fe más clara y auténtica. La verdad no debilita la espiritualidad; la fortalece. Cuando el corazón y la mente trabajan juntos, la fe deja de ser costumbre y se convierte en encuentro real.
